lunes, 17 de diciembre de 2018

Adán, Eva y la serpiente


El tiempo pasa

Estamos acostumbrados a nuestra cara; la vemos por lo menos una vez al día al despertarnos por las mañanas, no tanto por una cuestión de coquetería sino para constatar la ausencia de lagañas, de pelos parados, de bigotes de dentífrico y en nuestro caso, de maquillaje corrido que nos asemeje con el payaso asesino de IT. Justo nosotras, que somos incapaces de matar una mosca y, menos que menos, de combinar tan mal la ropa.
Por eso, porque estamos acostumbrados, no vamos notando el paso del tiempo; no percibimos por ejemplo –en los señores- que esas pelusitas que se afincaban tímidas en fosas nasales y auditivas se han convertido en vigorosos arbustos de pelo que decoran narices y orejas cuan centros de mesa pilosos. O que esa línea de expresión apenas perceptible que nos daba tanta personalidad se ha transformado en un surco tan profundo que podríamos llenarlo de semillas y disponer de una huertita orgánica en el rostro, lo que nos vendría bárbaro cuando tenemos ganas de picar algo en la oficina.

Las señales inequívocas
Así como no nos damos cuenta de nuestros cambios de apariencia, los que para el resto del mundo son más que evidentes porque no disfrutan del placer de vernos diariamente –y que a ellos se les notan mucho más que a nosotros-, tampoco advertimos que vamos adquiriendo, en la vida diaria, conductas de personas mayores. Dicho en buen romance: no advertimos que vamos envejeciendo.
Sin embargo hay signos que son característicos y que confirman que estamos ingresando a otra etapa. El que se sienta identificado con algunos de los comportamientos que detallaremos seguidamente no entre en pánico; el miedo no resuelve nada, paraliza peor que el bótox, y además también es típico de las edades avanzadas. Es preferible reforzar la cuota de antioxidantes o mejor aún, no tomar ninguno y esperar pacientemente que la falta de memoria nos haga olvidar también esto. Soluciones extremas como la trepanación de cerebro no son aconsejables porque lucir perforaciones en el cráneo queda antiestético y agrega años; en cambio habría que considerar la posibilidad de aislarse del mundo exterior y volcarse a hacer amigos en las redes sociales; no pueden ver las manías que tenemos y encima podemos retocar digitalmente nuestra imagen del perfil.
A continuación presentamos algunos de los indicios que comenzamos a manifestar y las afirmaciones que podemos hacer para superarlos:
Empezamos a lavar mal los platos: Un buen día alguien de la familia descubre con horror que los cubiertos, vasos y platos fueron guardados con restos de comida. Obviamente el paso siguiente es buscar al culpable, para lo cual no hay que ser demasiado avispado; si después de comer todos huyen despavoridos como si un gran agujero negro estuviera por tragarse la mesa y las sillas (pero no los platos), ¿quién puede ser la única idiota que se tenga que encargar de la limpieza? ¡¡Correcto!! Más de uno pensará y con razón que lavamos mal a propósito o que ello es producto de la presbicia pero, ¡nada que ver! En realidad no vemos una pepa pero podríamos guiarnos por el tacto y tampoco lo hacemos, y lo más importante es que a medida que pasa el tiempo, nos esmeramos cada vez menos por revertir esa situación. Afirmación: Si no te gusta cómo lavo hacelo vos, porque a esta altura prefiero invertir en un viaje a las Termas de Río Hondo que en un lavavajillas.
Combinamos medias strecht oscuras y zapatos con shorts de baño: Esto que es muy propio de los caballeros, indica a las claras que les resulta muy cómodo vestirse como la mona y que atrás quedaron las intenciones de atraer al sexo opuesto. Por lo general, cuando uno no está preocupado en seducir es cuanto más despierta el interés y la curiosidad femenina, pero no es este el caso. Libres e impertérritos, concurren a asados y almuerzos familiares con su uniforme de futuros veteranos, desoyendo los consejos generalmente de su cónyuge y demás seres queridos, que se mantienen a una distancia prudencial, cosa que si asisten desconocidos no sepan que son parientes. Afirmación: Me visto como se me canta y me paso por la raya del pelo las opiniones de todos; agradezcan que todavía me baño. Y si a mi mujer no le gusta mi aspecto, a mí tampoco me agrada tener que comer en platos sucios y me la banco.
Manejamos nuestro vehículo a 20 km/h por el carril rápido: Vamos por la avenida en onda zen y vemos por el espejo retrovisor una larga caravana que nos sigue con gran algarabía haciendo sonar sus bocinas. ¿Festejarán algo? Pareciera que no. Algunos se adelantan por nuestra derecha –lo cual transgrede las normas de tránsito- y al pasar al lado nuestro nos gritan cosas. Por lo que nos acaba de decir el del auto azul inferimos que se trata del ginecólogo de nuestra hermana; será mejor decirle que cambie de médico porque este no respeta el secreto profesional. Luego de un largo recorrido nos decidimos a cambiar de carril sin permitir que la locura de los demás nos embargue; ya nos embargarán el auto cuando no podamos pagar las infracciones por entorpecer el tráfico. Moraleja: Me importa tres pindongas lo que digan los demás de mí y no conseguirán ponerme nervioso. Mi paz interior y la radio a todo volumen son mi escudo contra tu mala onda.

Como estos hay muchos ejemplos más que ilustran nuestro ingreso paulatino a la tercera edad, pero mejor lo dejamos para la próxima: Debo ir a la agencia de turismo para señar mi viaje a las Termas; queda cerca pero tardo bastante, ¡y eso que voy por el carril rápido!

(Publicado en la revista "Ahora más" oct-2014)