lunes, 3 de febrero de 2014

Fragmento del libro "Mujer Orquesta"

..."La profesión de ama de casa es una de las más devaluadas del ramo. En este caso, un día en la vida implica trabajar horario corrido -de lunes a lunes-, sin gozar de asuetos, fines de semana, o vacaciones. Si hiciéramos huelga hasta nuestra mascota se reiría a nuestras espaldas –y en la cara también-, y nuestra familia evaluaría encerrarnos temporariamente en un neuropsiquiátrico (mucho tiempo no, porque no tendrían quién les limpie). No tenemos sueldo y por ende, tampoco aguinaldo y, menos que menos, premios por productividad. Es que nadie considera que producimos algo. 

Todo lo que nos rodea sí produce: la casa produce tierra, ácaros y telarañas a montones, los chicos producen ternura cuando duermen y el resto del día producen unas ganas casi irrefrenables de darlos en adopción y nuestro marido, cuando nos deja el listadito de cosas que deberemos resolver –porque él SÍ trabaja-, nos produce, además de acidez estomacal, deseos de salir corriendo a ejercer actividades menos perniciosas para nuestra salud psico-física, como la de ser miembros de algún escuadrón antibombas, guardaespaldas de un jefe narco o pescadoras de cangrejos en las frías aguas de Alaska. 

Y muchas veces, todo nos produce una inevitable sensación de tedio, de exasperación y de saber concienzudamente que no somos dueñas ni de nuestro tiempo, y que podemos dar muchísimo más.

Lo peor de todo es que esto de pensar que no producimos no pasa solamente por la cabeza de nuestra pareja, sino también por la del resto del mundo, y lo peor de todo, pasa también por nuestra cabeza. Si estamos en una reunión con nuestras ex compañeras de colegio, nos da vergüenza admitir que somos amas de casa, como si ello significara que somos poco preparadas, que nuestras ambiciones y sueños pasan por barrer, mirar las novelas de la tarde, hacer las compras y pensar qué demonios cocinaremos para la cena. Y andamos justificándonos de por qué elegimos como elegimos.

El trabajo de una casa es full life y la ganancia, al menos la monetaria, nula. Trabajamos como burras todo el día; nos hacemos cargo de la casa, los hijos, los trámites y la economía doméstica, por detallar sólo algunas tareas que día a día nos caen encima. Somos chicas poli-rubro: atesoramos nociones sobre educación primaria, secundaria y terciaria, plomería, electricidad, enfermería, gastronomía, asesoría de imagen, espiritual, legal y financiera, mecánica, jardinería, albañilería y tapicería, por nombrar sólo las cotidianas, pero no hay reconocimiento a nuestra eficiencia; ni moral ni, mucho menos, económico.

En la mayoría de los casos, nos creen capacitadas para cuidar el tesoro máximo de la familia, que son nuestros hijos; podemos decidir quién será su pediatra, qué tipo de educación les conviene y a qué actividades extracurriculares los llevaremos, pero no para manejar SU dinero, en cualquiera de sus presentaciones: efectivo, tarjetas de crédito, etcétera. Esa es quizá, la mayor diferencia entre las mujeres orquesta que salen a trabajar afuera que las que deciden ocuparse “únicamente” de la casa.

Cuidamos con sumo recelo las finanzas familiares; estiramos el sueldo del trabajador de nuestro esposo hasta lo indecible, de modo que consigamos llegar a fin de mes, o, cuando se puede, de disponer de un “colchón” que nos provea cierta tranquilidad económica como para decidir por ejemplo, retapizar los sillones o asegurar la casa. Pero no disponemos de criterio para decidir cuándo es el mejor momento para comprarnos calzones. Entendido de esta forma, podríamos decir que es más redituable darles una nueva cobertura a unos muebles viejos que a nuestro viejo -aunque mantenido con esmero- trasero"...

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