viernes, 13 de marzo de 2020

Enredados en la red


La tecnología ha puesto en nuestras manos la posibilidad de conocer gente o comunicarnos con aquellas que no hemos visto en décadas, de otear en qué anda alguno que otro ex –que dicho sea de paso, están hechos pelota la mayoría de ellos y los que no, es porque suben imágenes de cuando eran púberes-, o las ex de nuestro actual –que sonríen triunfantes desde sus fotos de perfil las muy cretinas, como sabiendo el clavo que se quitaron de encima-.
A eso se le suma la oferta de juegos que aunque medio tontis no dejan de resultar apasionantes, las fotos y comentarios de conocidos y conocidos de nuestros conocidos que nos importan un pito y la oportunidad de colgar, compartir y pegar canciones, videos, cadenas y cartelitos con frases de autoayuda muchas veces berretas que salvo honrosas excepciones, nadie mira.
Todo eso y mucho más nos zambulle en un mundo virtual plagado de charlas intrascendentes con compañeros de trabajo entrañables en su momento, pero por los que ahora no derrocharíamos una gota de cera depilatoria en pos de un encuentro, de granjitas rodeadas de verde –bueno para no perder el contacto con la naturaleza- y de competencias de preguntas y respuestas para reconocer que nuestra cultura general –y la de los que arman el cuestionario- es paupérrima.
Podría interpretarse que todo esto es una crítica encubierta a las redes sociales, pero es justo al revés; frente a la opción de hacer las camas, viajar como sardinas o limpiarle la jaula al canario entre otras actividades temerarias, pasarse el día en las redes sociales resulta hasta adrenalítico.

Aprendizaje a distancia
Estar a tono con esa movida implica comprometerse, dedicarle horas quitadas al sueño y a los quehaceres, ocupaciones y afectos, todo lo que a veces nos puede provocar uno que otro dolor de cabeza. Nuestros hijos y cónyuge nos reclaman atención, nuestros jefes más producción –o un poquito por lo menos-, nuestra casa más limpieza, y nuestra heladera algo de comida. Insaciables. Mientras que ellos tienen la posibilidad de vernos en vivo y en directo, los otros deben conformarse sólo con unas cuantas horas diarias de chat.
Está visto que las únicas que nos aceptan tal como somos y que no amenazan con abandonarnos son las arañas; el techo y los rincones dan fe de ello.
Leer un buen libro, escuchar nuestra música favorita o disfrutar de una película son cosas de antaño, de cuando no teníamos una vida social tan excitante como la que tenemos ahora, que estamos conectados a un montón de gente que nos cuenta que se cortó el pelo o que abrió la puerta en ojotas, o que nos muestra fotos de su gato en poses que lo asemejan… a un gato, revelando que el felino problemas de identidad no tiene.
Además, ¡hay tanto para aprender! En principio, a descifrar esos verdaderos ideogramas que son los íconos y entender por ejemplo, que reírse escribiendo ¡jaja! o lol es lo mismo, o que el dibujito de un corazón roto apunta a una desilusión amorosa y no a un infarto.
Incluso en este momento estoy por comenzar un curso introductorio sobre “Hashtag: Procesamiento de señales y prácticas de laboratorio” que dicta mi sobrina de 11 años y que parece, será atrapante. Será difícil encontrar un momento para hacerlo ya que tengo todos los horarios cubiertos, pero bueno, no puedo estar desactualizada, y después de todo, mi hija y su pediatra pueden esperar.
En fin; me encantaría continuar explayándome sobre los beneficios de tener una existencia a lo Matrix pero será en otra ocasión; por distraerme con esto dejé de prestarle atención al juego de los diamantitos y me queda una sola vida.
Lo único que desearía es que, si les gustó esta nota, le den un “like”.

(Publicado en la revista "Ahora Más")

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