martes, 23 de noviembre de 2010

¿Qué ves cuando me ves?



Todo borroso veo. No puedo leer nada sin alejarlo a más de medio metro (cuando hay luz natural), soy un blanco fácil de los estafadores ya que descifrar escritos con letra chica es algo que descarté hace un tiempo largo, y reconocer a las personas por otra característica física que no sea su voz se transformó en un sueño inalcanzable.
Con el apoyo incondicional de mi familia, que me buscó el número y después me discó el teléfono, pude concertar una cita con el oftalmólogo. Profesional probo, evidentemente de vasta experiencia en su especialidad, ¡me diagnosticó presbicia sólo con mirarme y pedirme el documento de identidad!
Más tarde, cuando me enteré que es un trastorno que se presenta con la EDAD, pedí que me buscaran el teléfono de un psiquiatra y, a escondidas, marqué el del servicio de asistencia al suicida. Pero como no veo bien, y ya sabemos del sadismo de los que editan las guías telefónicas con esa letrita tan diminuta (ya van a pasar por lo mismo los muy pérfidos), terminé hablando con la telefonista del servicio de control de fungicidas. Mal no me vino: me animó a usar lentes, me orientó acerca del tipo de armazón que me convenía usar y me recomendó aloe vera para combatir el pie de atleta. 
Pero, sobre todo, me hizo ver lo positivo que es tener presbicia.
A ver -es una manera de decir-, todo lo que nos pasa a partir de esta nueva etapa es bueno:
Tener presbicia es algo absolutamente igualitario por lo que tarde o temprano todos tendremos que atravesar.
Tener presbicia es como disfrutar del tercer tiempo en el rugby; confraternizamos en las reuniones con nuestros pares. El sentimiento que predomina es el de solidaridad: siempre hay un par de lentes dando vueltas en la mesa para que el otro pueda ver fotos viejas, escribir números telefónicos o leer un menú que no sea en Braile. 
 Además, nos ayuda a vernos fabulosas porque de lejos no distinguimos patas de gallo, papadas, líneas de marioneta o raíces sin teñir, y de cerca, menos. Y lo mismo nos pasa en nuestra mirada hacia el otro, lo cual es provechoso para hacer Relaciones Públicas sin caer en la hipocresía.
Tener presbicia nos permite despreocuparnos por saber qué diario refleja mejor la realidad; total, sin anteojos no llegamos a leer más allá de los títulos.
No nos da pudor decir que tenemos presbicia porque a todas nuestras amigas les pasa lo mismo. Y podemos reírnos sin complejos de eso.
Y eso sin contar que achicar los ojos para poder enfocar mejor nos da un aire más que interesante. ¡La presbicia nos hace más sexies!
La presbicia es una bendición y encima los lentes nos quedan fabulosos.
Lo que nos queda es gozar de este período de bonanza así que, ¡Hasta la vista, baby!





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