domingo, 28 de noviembre de 2010

Una canción para la presbicia

Para cerrar este asunto de la presbicia, nada mejor que una canción, (con una letra más grande para que la  gente como una la pueda llegar a leer). La música puede prescindir de una buena vista, y para empezar a quedarnos sordos aún nos faltan unos añitos.
Les dedico este tema a todos aquellos que están recorriendo -o mejor dicho, tanteando- el camino con lentes para ver de cerca. Y espero que Pablo Milanés no me demande por esta versión:

EL TIEMPO PASA

El tiempo pasa
y ya no veo lo que leo
y a la “m” la confundo con la “t”.
En cada evaluación,
mi presbicia va en aumento
y el oculista me ha dado
¡un bastón!

Pasan los años
y ahora de cerca
casi no veo
tenía vista de halcón,
y ahora parezco un manatí ciego.

Lo de años atrás:
ojear el diario, leer la guía,
sin forzar la retina
ya forma parte de la era glacial.

Porque el tiempo pasa
y no puedo leer el prospecto
y la dosis del colirio
no la sé.
Para ver una anotación
la tengo que alejar un metro
Me haré lentes anti-reflex
para PC.

Ya ni enhebro
la aguja cuando
hago un remiendo
en lugar de hacer zurcidos
le pongo broches a los dobladillos.

Y aunque practico Feng Shui
y me mantengo en formol
para poder evadir
esta tremenda oftalmía
que me hace ver con imprecisiones.

Porque el tiempo pasa
nos vamos poniendo ciegos
y se hace evidente
mi chochez.
Y cada celebración,
cada evento, es un fiasco
porque ya no adivino
con quién estoy!

martes, 23 de noviembre de 2010

¿Qué ves cuando me ves?



Todo borroso veo. No puedo leer nada sin alejarlo a más de medio metro (cuando hay luz natural), soy un blanco fácil de los estafadores ya que descifrar escritos con letra chica es algo que descarté hace un tiempo largo, y reconocer a las personas por otra característica física que no sea su voz se transformó en un sueño inalcanzable.
Con el apoyo incondicional de mi familia, que me buscó el número y después me discó el teléfono, pude concertar una cita con el oftalmólogo. Profesional probo, evidentemente de vasta experiencia en su especialidad, ¡me diagnosticó presbicia sólo con mirarme y pedirme el documento de identidad!
Más tarde, cuando me enteré que es un trastorno que se presenta con la EDAD, pedí que me buscaran el teléfono de un psiquiatra y, a escondidas, marqué el del servicio de asistencia al suicida. Pero como no veo bien, y ya sabemos del sadismo de los que editan las guías telefónicas con esa letrita tan diminuta (ya van a pasar por lo mismo los muy pérfidos), terminé hablando con la telefonista del servicio de control de fungicidas. Mal no me vino: me animó a usar lentes, me orientó acerca del tipo de armazón que me convenía usar y me recomendó aloe vera para combatir el pie de atleta. 
Pero, sobre todo, me hizo ver lo positivo que es tener presbicia.
A ver -es una manera de decir-, todo lo que nos pasa a partir de esta nueva etapa es bueno:
Tener presbicia es algo absolutamente igualitario por lo que tarde o temprano todos tendremos que atravesar.
Tener presbicia es como disfrutar del tercer tiempo en el rugby; confraternizamos en las reuniones con nuestros pares. El sentimiento que predomina es el de solidaridad: siempre hay un par de lentes dando vueltas en la mesa para que el otro pueda ver fotos viejas, escribir números telefónicos o leer un menú que no sea en Braile. 
 Además, nos ayuda a vernos fabulosas porque de lejos no distinguimos patas de gallo, papadas, líneas de marioneta o raíces sin teñir, y de cerca, menos. Y lo mismo nos pasa en nuestra mirada hacia el otro, lo cual es provechoso para hacer Relaciones Públicas sin caer en la hipocresía.
Tener presbicia nos permite despreocuparnos por saber qué diario refleja mejor la realidad; total, sin anteojos no llegamos a leer más allá de los títulos.
No nos da pudor decir que tenemos presbicia porque a todas nuestras amigas les pasa lo mismo. Y podemos reírnos sin complejos de eso.
Y eso sin contar que achicar los ojos para poder enfocar mejor nos da un aire más que interesante. ¡La presbicia nos hace más sexies!
La presbicia es una bendición y encima los lentes nos quedan fabulosos.
Lo que nos queda es gozar de este período de bonanza así que, ¡Hasta la vista, baby!





    lunes, 15 de noviembre de 2010

    ¡Shakira es una grosa!

    O era una grosa; o mejor dicho, estaba grosa. Seguramente, le pasó lo que a muchas de nosotras después de un par de semanas de descontrol gastronómico y bebilístico (para ser un neologismo, suena bastante mal): no le entraron los jeans.
    O le entraron, pero con fórceps, o le calzaron más o menos bien hasta que se los abrochó y le produjeron una hernia femoral estrangulada.
    Lo que sea, es innegable que, conocedora del alma femenina, la colombiana le dedicó una canción a la peor de nuestras pesadillas: el sobrepeso. Y evidentemente, al igual que muchas de nosotras, estaría con unos kilitos de más, producto de las fiestas de fin de año y cuando estaba tirada en la cama, conteniendo la respiración y rezando para que le suba el cierre, le surgió el numen que originó una de sus obras más contundentes: "Las caderas no mienten".

    Y lamentablemente, no mienten. Dan fe las perchas abarrotadas de pantalones que no nos entran pero que siguen ahí, expectantes, con la esperanza de que los volvamos a sacar alguna vez del placard. Ingenuos.
    De vez en cuando se nos da por mirarlos y pensar en las épocas doradas en las que no teníamos que untarnos las piernas con cremas, aceites y/o vaselinas para que se encaramaran más allá de la rodilla; cuando sólo era cuestión de manotear lo primero que encontráramos y calzárnoslo con la certeza de que estábamos regias y salir al mundo, espléndidas y despreocupadas. Es ahí cuando nos agarra la angustia oral y le entramos al chocolate, pero con un propósito puramente terapéutico, ya que su componente xántico favorece nuestro alicaído sistema nervioso (¡hombres, instrúyanse antes de criticar!). Ingresamos entonces en un círculo vicioso y relleno con almendras.
    Alguno que otro dirá que no tiene nada que ver lo que dice la letra con esta hipótesis. Error. Las que estamos adentradas en el tema -de variaciones en la balanza- sabemos que guarda un mensaje críptico, como el "Código Da Vinci".
    Si no lo creen, lean la letra al revés, luego tradúzcanla al arameo antiguo, transcríbanla a la simbología Nsibidi y finalmente conviértanla al sistema binario. Parece difícil, pero si lo piensan un poco, no lo es tanto como tener la constancia de trotar una hora todos los días para volver a usar los benditos jeans.
    Ahora bien, dicen los entendidos que cuando las cosas están en desuso después de un tiempo prudencial, -diríamos, no más de 1 año- hay que deshacerse de ellas (atención que esto no está contemplado en el código civil como causal de divorcio). 
    Y la verdad es que tal vez con ejercicio se nos achate en algo la panza y se reduzca mínimamente nuestra silueta, pero aquí surge un problema: es un poquitín utópico creer que, salvo por prescripción médica, las que no estamos acostumbradas a hacer más gimnasia que caminar rumbo al quiosco nos vayamos a someter a sesiones de gym, pilates y aerobic por tiempo indeterminado.
    Será mejor cuidarnos un poco como para que no nos empujen por el traste de a tres para subir al colectivo, y aceptar nuestras redondeces que, parece, llegaron para quedarse.
    Por todo esto es que tendremos que deshacernos de lo que no usaremos más, ya que vamos a necesitar adónde colgar ropa nueva que realce nuestra figura de guitarrón. No tanto como un acto liberador, sino porque las perchas buenas cuestan una fortuna.



    martes, 9 de noviembre de 2010

    Y ahora... ¿qué leo?

    Ojeando una de esas revistas para mujeres -"Cosmopolitan" para ser más precisas-, me di cuenta que ya no entro en ese target. Tal vez me convenga incursionar en un género más apropiado a mi presente, pero no me doy cuenta cuál podría ser. Me interesa la gastronomía sólo cuando me cocinan y para saber qué es lo que como; el paisajismo me encanta para contemplar el trabajo que hicieron otros -porque las únicas plantas que me duran son las de tela y la mayoría ya está deshilachada- y lo mejor que puedo crear con  la naturaleza, es una naturaleza muerta. Las mascotas me producen alergia y cansancio, y no entiendo la diferencia entre collage, decoupage, bricolaje y Antonio Laje.
    Sí, ya sé; soy una burra. ¿Debería volcarme a las revistas veterinarias?
    La verdad es que en algún momento dejé de encajar con algunas cosas que se consideran imprescindibles para que lea una mujer, o sea, todo lo relacionado con hombres, cocina, horóscopo, farándula, cosmética y manualidades, entre otras. El tema es que tampoco me identifico con temas como la mecánica, el control de plagas, la pesca con mosca, el mantenimiento de piletas o el físicoculturismo.
    Quedé afuera del mundo editorial mujeril; quedé huérfana de grupo de identificación. ¡Uh, cuan triste estoy!
    Me di cuenta cuando, esperando a que me atendieran en el spa, -mentira; estaba en la depiladora pero me da vergüenza confesarlo- de aburrida manoteé una "Cosmo"... y mi mundo se vino abajo.
    La primera nota que comencé a leer fue acerca de lo que es amar a un sexo-adicto. En realidad no pasé del título, porque me fatigué de solo pensarlo. ¿A quién le da el tiempo, las ganas y el físico para estar con una persona que sólo quiere sexo, sexo y, cuando se cansa, un poquito más de sexo? De lo que me surgió un interrogante: en la convivencia,  después de otro apasionado encuentro en el mismo día -día tras día-, nuestro sexópata ¿será igual de solícito a la hora de preparar las milanesas, o ir a los chinos a comprar mayonesa, o arreglar la mochila del baño? Porque supongo que a nosotras,  trasladarnos de un lado para el otro con la bolsita del suero no nos va a resultar muy cómodo. ¡Sorry sexópata, tal vez en otra vida!
    Algo parecido me pasó con el artículo con tips para descubrir si seremos futuras cornudas. No me quedó claro si tenía o no basamento científico y cuál era su porcentaje de efectividad. Además, convengamos que si lo realizara y me saliese que en breve voy a emular al papá de Bambi, un poquito me afectaría. Y, si no fuera seguro el 100% me podría acarrear graves problemas legales. Porque, ¿cómo explicarle al Juez que, debido al test de una revista femenina, soy la culpable de que mi marido coma papilla con una pajita? Y, encima del oprobio general de amigos y familiares -de él, por supuesto- ¿Seré condenada a costearle los implantes, con lo caros que salen? Lo mejor será tranquilizarme, ser más racional, pensarlo dos veces, con menos vehemencia... y que parezca un accidente.
    Y todo esto sin mencionar los distintos enfoques relacionados con "sexo & pareja", que abordaré en otra oportunidad. Deberé entenderlos primero.